Saturday, June 18, 2011

Sun Moon Lake y Miaoli

Sin destino claro el domingo pasado me fui al centro de la isla con dos checas como compañeras de viaje, que si bien, el compartir habitación con ellas durante 4 meses nos ha convertido en buenas amigas, cuando les da por hablar en checo, ni concentrándome. Ahora sí, el repertorio de tacos lo tengo bien aprendido y estaba dispuesta a soltarles un depardela curva fix bien dicho si le daban a la lengua eslava más de la cuenta. 

Cogimos un tren en la estación de Taipei con dirección al conocido lago del Sol y la Luna. Es el lago más grande de Taiwán y una de los lugares más visitados. Las páginas promocionales prometían vistas de ensueño donde se puede disfrutar en vivo y en directo de los paisajes que representan las pinturas tradicionales chinas. Pues bien, Sun Moon Lake no decepciona al turista y se muestra en todo su esplendor presumiendo de una imperturbable tranquilidad, de colores tenues, de sus pacientes pescadores afincados en sus orillas y de sus templos. Cuando menos te lo esperas detrás de cualquier árbol, aparece una escalera rústica con verjas a ambos lados adornadas con farolillos que poco a poco van aumentando su presencia anunciando la llegada de la cima, del templo, del lugar sagrado. Y así, casi de la nada se te planta un templo con sus dos dragones gigantes, sus peregrinos, sus templos adyacentes y, para nuestra sorpresa, otro templo trasero en plena construcción, aún en color gris cemento. 
     Entramos en el templo principal para escapar de la riada de chinos que nos perseguían con sus cámaras y encontramos una escalera sin señalización. Y una vez más, entre que los carteles no abundan y que cuando hay no entendemos la mitad, el modo Indiana Jones se activó rápidamente y nos entraron unas ganas imparables de subir las tres plantas que comunicaba la escalera hasta llegar a la azotea.
Entonces, el Lago del Sol y la Luna brilló con más fuerza que nunca con sus tonos verdosos y azulados, con su abundante vegetación y con una espléndida vista de los tejados anaranjados de los templos. 
Sin embargo, el tiempo de contemplación se vio empañado por una tormenta de verano, de las fuertes, que llegó sin avisar y nos obligó a correr hacia la parada esperando coger el próximo autobús público que se retrasaba cada vez más. Menos mal que el conductor de un autobús que iba a recoger al grupo de turistas que llevaba de ruta se apiadó de las guiris empapadas y nos llevó a nuestro destino sin pedirnos ni un duro a cambio. 
Esta mañana nos hemos despertado temprano para disfrutar más horas de nuestro próximo destino: Miaoli y su Montaña de la Cabeza del León. La llegada ha sido complicada. Primero nos hemos equivocado de estación y cuando por fin hemos llegado, nos dicen que el siguiente autobús salía en una hora así que hemos optado por coger un taxi. 
Durante los 45 minutos de trayecto sólo se divisaban árboles. Ni una sola casa, ni un solo comercio. Parecía increíble que pudiésemos dar un paseo sin un un buen sable que allanase el camino. Y de repente, el taxista dio una curva y apareció un arco enorme color rojo con dragones y caracteres chinos donde se podía leer: ¨Montaña de la cabeza de león¨. A los pocos metros, un gigantesco templo parecía nacer del follaje. Nuestra emoción duró lo mismo que tardamos en descubrir que lo que creíamos un templo era en realidad la fachada de un edificio. Entonces vimos una cueva que estaba realizada del mismo material que utilizan para los decorados del pasaje del terror en los parques de atracciones. Aún no comprendo el  el motivo por el que la habían construido. Era bastante cutre y no disponía de ninguna señal que indicase su cometido. Nosotras, como tampoco teníamos nada mejor que hacer, seguimos andando con poca esperanza, mientras me preguntaba cómo habíamos podido perder toda la mañana y los 25 euros del taxi para ver eso. Y entonces, como salido de la nada, apareció el primer templo que se entremezclaba con la naturaleza más salvaje e impregnaba el ambiente con olor a incienso. Nos acercamos al altar, donde como siempre, se encontraba la imagen rodeada de regalos que los devotos habían dejado para ver cumplidas sus promesas. Sólo había 4 peregrinos. Una chica caminaba desde el altar al incensario con los ojos cerrados, con un ramillete de inciensos que sujetaba con ambas manos y se acercaba a la frente marcando el ritmo de sus rezos. Otro peregrino se hallaba de rodillas justamente enfrente del altar. Tenía unas piezas de madera en las manos que tiraba al suelo después de realizar cada pregunta. La cara que quedase al descubierto le indicaría cómo actuar, y el resto disfrutaba de las vistas en uno de esos kioscos chinos de llamativos colores.

Seguimos unos pequeños escalones de piedra construidos entre la fronda y apareció otro templo aún más grande. Otra escalera, otro templo, y otro y otro, hasta un total de 6 templos escondidos entre los árboles, los arbustos, las plantas, las enredaderas, las flores, las mariposas, las orugas, las ranas. La naturaleza se imponía con toda su fuerza creando una atmósfera mágica, casi espiritual. Los templos se fundían con el entorno y la tranquilidad reinaba transmitiéndonos esa magnífica sensación de equilibrio. 

Y así he llegado. Cansada pero con una inmensa sonrisa interna de paz y satisfacción.  Indiscutiblemente, viajar por Taiwán sienta bien.