Monday, May 21, 2012

La cámara amiga

Hace ya varios meses que llegó a nuestras manos  el vídeo-diario de Peng Ruan, un inmigrante chino que aterrizó en Europa en 2002 con la ilusión de encontrar un buen trabajo.
Su llegada fue dura porque no conocía el idioma y no consiguió establecer una buena relación con sus compatriotas  así que decidió comprarse una cámara de vídeo para pasar el tiempo con uno de sus primeros sueldos.
La cámara comenzó a acompañarle en sus visitas turísticas grabando todo lo que le parecía nuevo y diferente. Además, en seguida se dio cuenta de que la cámara era una manera fácil y eficaz de compartir con sus familiares la experiencia fuera de casa, por lo que sus comentarios de turista dieron paso a manifestaciones más extensas en las que hablaba de su situación laboral, su economía y su día a día. Lo siguiente fueron monólogos delante de la cámara de casi una hora de duración o grabaciones de más de dos horas de su jornada laboral. Peng calculaba el tiempo necesario para llegar al trabajo y esconder la cámara con un buen ángulo y encuadre que le garantizase capturar la acción completa. En una construcción, en un restaurante, en una fábrica textil o en una granja de cerdos. El sitio o lo que allí aconteciese era secundario, lo importante era que la cámara estuviese encendida y enfocándole. 
Poco a poco Peng comenzó a desarrollar una necesidad vital de capturar todo lo que le pasaba olvidando el objetivo inicial de “carta a la familia”. La cámara se convirtió en su amiga y compañera más leal, con la que se confesaba, disfrutaba, combatía la tristeza o la soledad y pasaba las horas muertas llegando a un punto en el que no hablaba: la encendía, se ponía delante del objetivo y tras un par de comentarios sin importancia permanecía en silencio. 
En total capturó 60 horas de material grabado durante 4 años que se completan con 3 horas de vídeos grabados con su móvil  e innumerables fotografías que dejan patente el uso que Peng hizo de la tecnología para asegurarse de que toda su vida quedase registrada. Además, la cámara le ayudó a sobrellevar el momento difícil en el que se encontraba, aportándole la fuerza suficiente para seguir adelante. 
Su caso es llamativo aunque no es el primero que utiliza su cámara de vídeo para grabar  algo más que momentos especiales. De hecho, desde la difusión del vídeo doméstico y de las cámaras digitales el número de personas que realizan vídeo-diarios ha aumentado notablemente, utilizando la red para dar a conocer sus piezas mediante vídeo-blogs con entradas diarias y leves comentarios. Internet ha facilitado la difusión de este género de difícil clasificación entre el ámbito público y lo privado, donde se combinan imágenes de la vida cotidiana con situaciones más íntimas en los que el autor comparte con la cámara momentos de melancolía, nostalgia, tristeza, deseo del otro o soledad. 
Cámara como cronista 
Las películas domésticas constituyen un testigo silencioso que conforman un micronivel de la historia y proporcionan una ventana al periodo en el que están datados. Parafraseando a André Bazin y aplicando la frase a la imagen en movimiento diremos que este tipo de vídeo-diarios “consiguen fijar artificialmente las apariencias carnales, sacarlas de de la corriente del tiempo y arrimarlas a la orilla de la vida”.  
Muchos cineastas se han interesado por retratar exhaustivamente todo aquello que les rodeaba convirtiéndose en cronistas de su tiempo y en documentalistas auto-etnográficos. David Perlov nos acercó durante diez años a la realidad israelí combinándola con su propia vida. Desde su ventana descubrimos el mundo que le rodea, su barrio, sus vecinos y sus paisanos, para después cambiar el ángulo y enseñarnos su familia y el interior de su casa.  Su voz en off nos describe el más banal de los acontecimientos, reiterando información, añadiendo puntos de vista o ayudándonos a comprender las acciones de los personajes. Perlov nos transmite de una sutil manera su relación con el mundo exterior e interior, considerando estos diarios como su cédula de identidad donde roza el borde entre la vida y el arte. La cámara ayuda a Perlov  situarse en el mundo, a explicar relación con el entorno y a establecer una manera diferente de aproximarse a la realidad. 
Jonas Mekas comenzó a grabar a partir de su llegada a Estados Unidos en 1949. Al principio eran simples prácticas con la cámara pero poco a poco se fue convirtiendo en una forma diferente de relacionarse con el entorno y de integrarse en él hasta que pasó a ser un hábito. En su material predomina el carácter desestructurado, el presente discontinuo y las historias no lineales. Los fragmentos se van entrelazando caprichosamente con los acontecimientos construyendo un pasado desde el presente que se refleja en un montaje no cronológico y transmite la manera que Mekas tiene de entender el mundo y la gente. Mekas es considerado cronista de su época, pasando de ser cronista de la sociedad lituana a convertirse en el cronista cinematográfico de la generación beatnik, del pop y del ascenso y caída de la Factory de Andy Warhol.
Nelson Sullivan tuvo una manera muy diferente de relacionarse con la cámara que queda de manifiesto en las 1900 horas que grabó durante 7 años. La cámara le acompañaba la mayoría del tiempo dirigida hacia su rostro o grabando a sus amigos componiendo un retrato de los artistas queer de la Gran Manzana de los 80’s. Sullivan era consciente de que se encontraba en el epicentro de una revolución creativa y de su carácter pasajero, por lo que asumió su papel como “eyewitness” (ojo-espiador) aportando una mirada ácida e irónica sobre el divertido mundo que le rodeaba que le hizo consagrarse como leyenda urbana.  La cámara le hacía sentir especial y se tomó su función como una misión personal para proporcionar al resto del mundo una ventana a “su época” e invitar a los espectadores a las experiencias de los altos y bajos de una era mítica.
Peng Ruan también es un cronista de su tiempo. Su vídeo-diario refleja en primera persona la verdadera situación del que llega a Europa en búsqueda de trabajo. Peng nos abre una ventana a su mundo y nos enseña sus trabajos precarios, los lugares en donde vive y el entorno que le rodea. Mediante la cámara, al igual que el resto de los cineastas, Peng encuentra una excusa para acercarse al mundo, detenerse y experimentar todo aquello que le es de importancia. La cámara registra en silencio su experiencia en un mundo desconocido. La mayor parte del tiempo, Peng es el protagonista absoluto de las imágenes aunque siempre lo combina con otra acción. De esta manera, siempre vemos a "Peng trabajando", "Peng comiendo" o "Peng uniendo las sillas del restaurante para formarse una cama". En otras ocasiones, Peng se convierte en mero observador de la realidad en la que vive y graba cámara en mano todo lo que le rodea. 
Cámara como terapeuta
Según palabras de Alain Bergala  “La escritura autobiográfica está casi siempre suscitada como un apoyo psíquico nada despreciable en un combate contra algo que amenaza al sujeto en su integridad o identidad y así en su relación con el mundo”. Esta afirmación se evidencia en la mayoría de los diarios filmados donde la cámara da un paso más y se convierte en un objeto de evasión y análisis de la propia vida. 
Jonathan Caouette (Tarnation, 2003) reunió 160 horas de material grabado durante 20 años. Con una infancia tormentosa  y solitaria,  Caouette se aferró a la Super 8 de un vecino para comprender y aceptar la situación que le había tocado vivir. Entre la cámara y Caouette se creó un vínculo de tal firmeza que terminó siendo el medio a través del cual Caouette pudo viajar a la realidad para conectarse con ella: “Al tomar una cámara cuando era niño, descubrí una manera de sobrevivir a la vida que debía enfrentar. Utilicé la cámara como un arma, un escudo y una manera de explicar cómo me sentía en relación con el entorno”. La cámara llegó a hacerse tan suya que el estar a su lado y encenderla, le armaba de poder para digerir lo que acontecía. Mediante el material grabado, Caouette pudo construir, reevaluar y dotar de coherencia al relato de su propia vida”. En definitiva, el autor realiza un esfuerzo sincero de vérselas con su vida para así poder comprenderla y asimilarla finalmente.
Otro caso lo encontramos en Grizzly madonde Wegner Herzog montó las cien horas grabadas por Timothy Treadwell durante los trece años que pasó junto a los osos pardos. Treadwell comenzó a usar la cámara como manera de explorar la vida salvaje que le rodeaba. Progresivamente la cámara se fue convirtiendo en una compañera omnipresente, pasando a ser la confesora con la que compartía sus momentos de ansiedad, con la que se repetía a sí mismo la importancia de su hazaña y con la que se reafirmaba sobre sus convicciones. Herzog nos deja observar la relación de Treadwell con su cámara. Los planos largos son una constante en el documental, permitiéndonos ver cómo Treadwell colocaba la cámara, encuadraba, entraba en campo de una manera espectacular animando su propio show y cambiaba radicalmente su estado de ánimo cuando consideraba que la toma había terminado. También Herzog nos permite ver cómo Timothy llegaba a repetir hasta quince veces la misma escena si consideraba que no había salido como esperaba. 
Peng Ruan también se muestra como metódico director capaz de reencuadrar 5 veces si es necesario. Además Peng comienza su relación con la cámara en un momento en el que la soledad formaba parte de su día a día. Como al resto de video-diaristas, Peng manifiesta una necesidad vital por compartir su vida con la cámara estableciendo una estrecha relación basada en la constancia, la confianza y el desnudamiento del autor. 
Desde el punto de vista estético los vídeos-diario suelen compartir rasgos como el corte amateur, el carácter inacabado, la carencia de firma, la abundancia de zooms o una calidad de imagen que delata su procedencia . Aunque todos parten de la experimentación, en la mayoría de ellos la experiencia se va a acumulando, “educando” al ojo para mirar, seleccionar, capturar y pensar, dejando conocer cada vez más a la persona que lleva la cámara. 
La cámara por su parte, y aunque parezca extraño, consigue adoptar las cualidades de una persona siendo capaz de aportar compañía y tranquilidad a quien la enciende.