Monday, October 3, 2011

El discurso del plebeyo (hablaré del andaluz por la parte que me toca)


El pasado jueves nos levantamos con la noticia de que el presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, utilizaba como defensa una ofensa al afirmar que los niños catalanes sacan las mismas notas en castellano que los de Salamanca, los de Valladolid, los de Burgos o los de de Soria, sin pararse a reparar en los niños sevillanos, malagueños o coruñenses, ya que, según sus palabras, a algunos no se les entiende.  
Hasta donde yo sé una lengua es una herramienta de comunicación que funcionará siempre y cuando el hablante y el oyente mantengan un entendimiento mutuo por el que las exposiciones del primero sean comprendidas por el segundo y viceversa. Si la comunicación es efectiva, la lengua, como herramienta de comunicación, está cumpliendo su cometido y con eso reafirma su validez. Sin embargo, lejos de ser entes rígidos e invariables que coexisten a lo largo de los años permaneciendo intactos, las lenguas son elementos vivos que evolucionan a gusto de los hablantes que inventan y modifican palabras, haciendo que algunas se afiancen mediante la popularización y otras, en el pasado comunes y correctas, desaparezcan. Pura selección natural aplicada a la lengua que hace que expresiones arcaicas sean descartadas por desuso y palabras como ¨asín¨ sean aceptadas por la Real Academia (aunque calificándola como un vulgarismo) ya que el número de hablantes obliga a registrar el fenómeno. Vulgarismos y palabras aún no aceptadas que no sabemos  hacia dónde nos están llevando. 
En mi grupo de amigos, sin ir más lejos, usamos nuestras propias palabras. Nosotros nos ensalsamos cuando comenzamos a sentirnos a gusto en un lugar, experimentamos una cuñación cuando vivimos una situación embarazosa y nos encalomamos cuando, sin previa invitación, aparecemos en un sitio donde no se nos ha convidado. Las lenguas están vivas y ha sido así durante toda la historia. 

Si no fuese así, este artículo estaría escrito en latín, porque el castellano, al igual que el catalán, es una lengua romance que proviene del latín vulgar. Era el llamado sermo plebeius (discurso del plebeyo), la lengua que se hablaba en la calle por el pueblo llano, por los comerciantes y por los soldados. Lenguas que comenzaron a diferenciarse del latín culto, puro o clásico que se utilizaba en la literatura o en la administración para facilitar la comunicación entre las provincias romanas; y que fue tomando forma, consolidando sus diferencias y afianzando sus palabras.  
El catalán, el castellano, el italiano o el portugués fueron fruto de la diversificación que comenzó en las provincias del Imperio Romano según la región geográfica. Tardaron más de 1300 años en darle forma a las lenguas que hablamos hoy en día y durante ese tiempo, los territorios implicados fueron centros de experimentación, de creación y de consolidación. Además, convivieron con una fuerte diglosia, donde el latín tradicional tenía un estatus de prestigio como lengua de cultura  y de uso oficial frente a la otra lengua en experimentación relegada a situaciones socialmente inferiores de oralidad, de vida familiar y de folclore
En Andalucía, hoy en día estamos viviendo esa situación. Aunque se hable andaluz desde el siglo XIV, todavía sigue siendo un dialecto oral que nunca ha sido unificado ni normalizado oficialmente. Andalucía sigue siendo un hervidero de fenómenos lingüísticos, un campo de experimentación que por ahora cuenta con un sistema fonético y un sistema léxico independientes y que está a la espera de ver qué camino tomará. Sin embargo, el andaluz es considerado por muchas personas como una deformación tosca y aleatoria del castellano. En el colegio llevan varios siglos diciéndonos que hablamos mal, en televisión siempre hemos aparecido como el graciosillo o el iletrado y comentarios de políticos como el señor Mas ayudan al posicionamiento del andaluz como lengua incorrecta en el imaginario colectivo.  Me parece muy llamativo que el señor Mas, ferviente defensor de la lengua y la cultura catalanas comparta esa óptica castellana sobre lo culto y lo correcto e intente ridiculizar nuestra manera de hablar. Sus palabras, unidas a factores históricos, sociales y políticos hacen que en Andalucía se siga consolidando la tradicional diglosia con el castellano como habla culta y el andaluz como habla vulgar, una situación que recuerda mucho al momento de creación de las propias lenguas romances. 
¿Qué pasará con el andaluz dentro de unos siglos? ¿Llegará a diferenciarse tanto del castellano que llegue a considerarse una lengua diferente? ¿No podrían calificar esta pregunta de locura aquellos que en el siglo 400dC llamaban latín vulgar al conjunto de dialectos vernáculos del latín que se hablaba en las provincias del imperio romano a partir del que surgieron las lenguas romances ? 
Nadie puede responder esas preguntas a día de hoy y mucho me temo que nunca llegaremos a saber qué pasará dentro de unos siglos. Así que señor Mas, no se preocupe usted por nos comprender a esos niños sevillanos o malagueños porque esos niños no hablan castellano.  Esos niños constituyen una generación más de andaluces que están llevando nuestro conjunto de hablas, nuestro dialecto o nuestra lengua, a definirse tal y como será en el futuro. Respete el artículo 3.3 de la Constitución, céntrese en lo suyo y deje que el andaluz decida si va por un lado o por otro, porque estamos en estado de plena ebullición y esto no ha hecho más que empezar. 

Wednesday, July 27, 2011

Dei, Toria, Indonesia

El día 23 de junio llegué a Yakarta después de haber dejado la residencia en la que he estado viviendo durante los 5 últimos meses. Un cuarto donde compartía habitación con dos checas, una indonesia y una taiwanesa.
 La taiwanesa se llama Vera y tiene treinta y tantos. Es extremadamente reservada y jamás nos ha contado nada de su vida privada por lo que la mayoría de cosas que sabemos de ella, las hemos intuido por las fotos de la habitación. Adela es una de esas chicas imponentes del este que nos titubean a la hora de ponerse una mini-falda y un buen escote. Su mirada es fría y algo distante pero en cuanto la conoces su lealtad, su compromiso y su sentido de la libertad destruyen esta imagen de femme fatale de hielo y te muestra una chica sincera y buena amiga de sus amigos. Šárka también es de República Checa. Tiene unos grandes ojos azules y una sonrisa inocente y limpia que refleja perfectamente su personalidad. Han sido mis dos compañeras principales de viaje durante los 5 primeros meses y las echo de menos. Rhein, la chica de Indonesia es musulmana y reza 5 veces al día. Al contrario de lo que podía pensar al principio, nunca nos ha dedicado una mueca extraña por no comportarnos como ella, se ha reído con nuestras historias y nos ha piropeado cuando hemos salido de fiesta poco recatadas. En alguna ocasión, la hemos pillado rezando al llegar de marcha, pero no ha sido un problema. El respeto mutuo ha prevalecido los cinco meses de convivencia, y, pese a haber carecido de todo atisbo de privacidad, el balance ha sido positivo y la experiencia se ha convertido en recuerdos un tanto surrealistas pero muy divertidos. 
Con esta etapa casi terminada, el viaje a Indonesia se presentaba como el perfecto punto de inflexión entre el Taipei que había conocido hasta ese momento y mi nueva etapa: nueva residencia, nueva universidad y comienzo del curso intensivo de chino. 
Tras 11 horas de viaje, llegué al aeropuerto de Yakarta emanando inocencia. En Taiwán la gente es tan noble y honesta que el nivel de desconfianza se reduce a 0 y acatas civilizadamente todos los precios y recomendaciones de los conciudadanos. Su actitud te pone de buen humor porque en ningún momento te sientes extranjera. Es un modo flowerpower bastante agradable que hace que el encargado de vender los visados en el aeropuerto de Yakarta, te time tranquilamente 30€ y además se lleve una sonrisa. ¡Sí señor! Ni corto ni perezoso, duplicó el precio del visado y yo no me di cuenta hasta que ya era demasiado tarde. 
Con la mosca detrás de la oreja salí a la búsqueda de David (Dei para los amigos) que me esperaba en el aeropuerto con un cartel tamaño A3 dirigido a ¨su ilustrísima señora marquesa de Villapesadilla¨ Dos  años sin verle y seguíamos con el cachondeito pero, ¡qué guapo estaba! Después de la Sorbona y de realizar prácticas en Estambul, ahora el nene estaba de prácticas en Yakarta. Hombre de provecho donde los haya, si no fuera porque encuentra más apetecibles los plátanos de canarias a las guayabas colombianas podría resultar un buen marido. 
Tras unas cuantas horas de sueño y comprobar que era cierto lo que Dei me había contado sobre el descomunal tamaño de las ratas de Yakarta, pillamos el tren con destino a Yogyakarta. El primer día visitamos el templo de Borobudur construido a modo de mandala gigante y reconstruido por los holandeses después del paso de los años, los terremotos y las inundaciones. La verdad es que con la reconstrucción los dibujos que forman las piedras se quedaron un tanto desencajados. Las fotos del museo previas a la reconstrucción dejaban claro que el trabajo no llegaba al aprobado, aunque el número de visitantes lo posicionaba como uno de los puntos de máximo de interés. 

Después fuimos a la boda de la hermana de Rati, una de las compañeras de trabajo de David. Las bodas en Indonesia constan de varios días. Un día se produce la ceremonia religiosa, otro la familia del novio recibe a la de la novia, después la familia de la novia recibe a la del novio y por último se celebra con los amigos. Nosotros estábamos invitados a la última parte, celebrada en la casa de la familia de la novia en mitad de la campiña indonesia. Un verde intenso contrastaba con las coloridas casas, las montañas, el arroz depositado en plásticos sobre el arcén de la carretera y los cultivos. La familia de la novia vestía de verde claro, la del novio de naranja y los novios y los padres respectivos posaban encima del escenario por donde los invitados iban pasando para saludar a la familia. Cuando subías, la novia, con una cálida sonrisa,  rodeaba tus manos con las suyas y, simulando un traspaso de energía, se las llevaba directamente al corazón para después volver a señalarte mostrando agradecimiento. La boda se planificó a modo de bufé. El krupuk udang, el pollo, el arroz y la verdura estaban presentados en unas grandes urnas plateadas donde los comensales debían servirse mientras que canciones indonesias sonaban de fondo interpretadas por una chica que no sé si pertenecía a la familia, pero no tuvo el más mínimo reparo en unirse al grupo de solteras cuando la novia tiró el ramo.   


Al día siguiente, armados de valor y deseosos de nuevas experiencias, decidimos alquilar unas bicicletas para experimentar la ciudad desde otra perspectiva. Tan solo 18 kilómetros separaban nuestro hostal del templo de Prambanan y los templos adyacentes, así que pillamos unas bicis y un mapa poco recomendable que indicaba que siguiendo el río llegaríamos directamente a los templos. Pues bien, el río tardó en aparecer, pero el camino nos llevó a toparnos de frente con con unos 100 indonesios con una pitón enrollada en el cuello que compartían un amor profundo por el escamoso animal y habían decidido organizar una manifestación pro-serpiente.  Los indonesios, muy amablemente, nos invitaron a su manifestación e intentaron colgarnos alguna serpiente en el cuello. Cuando conseguimos deshacernos de los comprometidos adolescentes, encontramos el río. Pedaleamos siguiendo el cauce y disfrutamos de las pequeñas casitas construidas en ambas orillas hasta que la gravilla se intensificó de tal manera que tuvimos que meternos en la autovía. Con dos collons. Experimentando a cuerpo descubierto el tráfico indonesio, su circulación en sentido contrario al que estamos acostumbrados modo inglés, sus sus motoristas-kamikaze y su obsesión por el claxon. No importa qué hagas o dónde estés, tocar el pito y por ende los huevos parece requisito indispensable para conducir en Indonesia. Entonces, cuando un dolor intenso empezó a manifestarse en nuestras posaderas sin pudor, el calor era insoportable y el sudor se resbalaba por mi espalda sin pedir permiso, encontramos un templo a un lado de la carretera. El templo era sobrio y pequeño, en el que hacía más de 600 años en los que no se practicaba activamente la religión. En la isla de Java la religión musulmana es la mayoritaria, las mujeres llevan velo y cada 4 horas se oye la llamada al rezo desde la numerosas mezquitas de la ciudad. Los templos hinduistas han quedado como reflejo de una época dorada con muestras como los 224 templos y la edificación central de 47 metros de altura de Prambanan (850 d.C), siguiente parada en nuestro itinerario. Contemplamos las edificaciones, nos deleitamos con la exquisita comida de los restaurantes de alrededor, paseamos por sus calles, entramos en los templos, percibimos ese aroma a humedad que impregna su interior y observamos detenidamente las figuras de los dioses. A la mayoría de ellos le faltaba un brazo, una pierna o la cabeza y se encontraban en la más absoluta oscuridad. De hecho hasta pasados unos segundos era difícil percibir lo que se hallaba dentro de esas habitaciones comunicadas por oscuros pasillos. Sin embargo, si te acercabas, podías ver cómo a la mayoría de las estatuas les rodeaba una pequeña hilera de pétalos secos. Quizá de un balinés que estaba de viaje y no se había olvidado de sus ofrendas. Seguimos con el camino en bici y llegamos a otros templos apartados del bullicio de la gente. Templos que no estaban preparados para el turismo y estaban rodeados de humildes casas de campesinos que antes de que se pusiese el sol quemaban rastrojos y malas hierbas. Contamos unos 120 templos, pero sólo se mantenían tres en pie. El resto se había reducido a una montaña de piedras que recordaba de nuevo ese pasado hinduista glorioso y reivindicaba Java como territorio musulmán. Pudimos disfrutar de esa atmósfera única mientras que el sol se ponía pero la idea de la vuelta me aterraba. Por momentos pensé que íbamos a encontrar a un buen samaritano que nos llevase al hostal en coche, pero no. El sol se fue y tuvimos que pedalear por la autovía sin luces ni chalecos reflectantes y con numerosas motos que no tenían reparo en meterse en tu camino y silbarte descaradamente mientras analizaban tu trasero. 
El dolor, el cansancio, el miedo y la desesperación hizo que la mala leche hirviera en mi interior y se reflejase exteriormente con contestaciones un tanto bruscas  para todo el que osó a comunicarse conmigo en esa interminable hora y media de periplo por la carretera. Mala leche que sólo se calmó con un delicioso baño que nos pegamos en la piscina del hostal. ¡Qué gustito madre mía! ¡Qué bien sienta el agua después de tanto fuego!
Al día siguiente nos esperaba una furgoneta repleta de viajeros. Tras un viaje con adelantamientos de alto riesgo y ocho horas de paciencia llegamos a Bromo de noche. El clima era extremadamente húmedo y los nativos nos esperaban protegidos con mantas y gorros de lana. Cervecita y cama. La noche duró poco y el despertador sonó a las 3 de la mañana.  A las 4 nos recogieron en la puerta del hotel y un jip nos llevó hasta la falda de una montaña enfrente del volcán Bromo. Entonces, con la única luz de las estrellas y de alguna que otra linterna que se trajo algún ¨avispadillo¨ empezamos a subir la montaña. Estaba subiendo una montaña a las 4 de la mañana y sin desayunar.  ¡Creía que iba a morir! Además, muchos indonesios, sabiendo lo desentrenados que llegan los turistas, te esperan con un burro en diferentes partes del trayecto para ayudarte a subir la montaña por un módico precio. Pero no, una se niega a aceptar que va cumpliendo años y que el body ya no es lo que era. Así que aunque el pulmón me mandaba señales claras de asfixia, el amor propio pudo más y al final llegamos a la cima. Entonces el cansancio desapareció. Ante mis ojos, rodeado de nubes y ceniza aparecía el volcán Bromo escupiendo humo. Nos quedamos allí, embelesados, compitiendo con los turistas por el mejor sitio para ver cómo amanece un volcán. Esperamos, disfrutando al ver cómo el cielo gris ceniza iba endulzando su color hasta decidirse por un azul intenso. Se hizo la luz, y los colores brillaron con toda su intensidad. Nos quedamos en silencio, tranquilos e impresionados hasta que llegó la hora de regresar al jip que nos llevaría al volcán y para nuestra sorpresa ¡pudimos subir al cráter! 
Cada 10 minutos el volcán escupía ceniza. Entonces todo se nublaba y la ceniza caía  del cielo como si fuera nieve ensuciando nuestra ropa y dificultando nuestra respiración.  Los pies se hundían en la ceniza y un intenso olor a azufre salía del volcán tan potentemente que salías con regustillo a metal. Tuve que parar varias veces y sentarme en la ceniza para llegar a la cima. Mis pantalones se tiñeron de gris. Y al fin, llegamos al cráter. El cansancio me hizo desplomarme en el suelo y no poder moverme durante unos minutos. El corazón me latía con fuerza y las piernas me temblaban, entonces, me giré y vi el interior del cráter. El volcán parecía estar hueco y unos 20 metros más abajo, un agujero humeante se abría en mitad de la tierra con fuerza. Era impresionante. Estamos tan acostumbrados a las ciudades de cemento y luces fluorescentes que se nos olvida que vivimos en un planeta llamado ¨Tierra¨ con placas, manto, y un núcleo  incandescente que no se anda con tonterías. 
El tour duró sólo 4 horas pero creo que ha sido la experiencia más impresionante que he tenido en mi vida. Volvimos al hostal cansados. El mini-bús nos recogió a las 9:30 de la mañana como habíamos acordado y nos llevó a la agencia de viajes. Una sala abierta al público al ras de la carretera, con las paredes verde pastel desconchadas, con un cuarto de baño maloliente y con 2 indonesios que no sabían ni dónde tenían la cara. Se suponía que el autobús nos recogería nada más llegar y emprenderíamos el recorrido a Bali. Pues bien, estos magníficos indonesios nos estuvieron toreando hasta la una y media de la tarde con la táctica de los 20 minutos. Además, ese autobús ofertado con aire acondicionado resultó ser un autobús con el suelo lleno de basura y sin maletero por lo que el macuto de los viajeros se amontonaba en los pasillos, encima de las cáscaras de pipas, las bolsas de plástico y los cigarros. Sí, la gente fumaba en el autobús y no entendía de basura. 
El autobús paró en cada una de las paradas desde Bromo a Bali y en cada una de ellas entraba más gente por lo que el espacio vital se fue reduciendo hasta que acabé con una indonesia durmiendo en mi hombro.  Además, en cada parada, un grupo formado por un cantante con guitarra y otro con pandereta, triángulo o equivalente se empeñaban en amenizarte el viaje sin importarles en absoluto si cataban como gatos, si estabas durmiendo o si llevabas 7 horas de viaje sorportando cada 20 minutos uno de estos cantantes sin vergüenza. Fue duro. Y más porque al llegar a Bali a las 5 de la mañana nos recibió una lluvia torrencial de esas que te empapan y los taxistas nos ofrecían llevarnos a la ciudad por un precio que se correspondía a cuatro veces la tarifa normal. Un desastre. La sensación fue rara. Sobre todo porque acabábamos de llegar al supuesto paraíso. 


Tras varios intentos frustrados encontramos habitación en un hotel completamente artificial en Kuta donde los Mc Donalds y KFC abundan y la música pachanguera y los go-gós hacen las delicias de los turistas borrachos y descamisados. Kuta es completamente la antítesis de lo que estábamos buscando. El antiparaíso. El ejemplo más claro de cómo el turismo puede arruinar cualquier lugar por bello que sea. Mientras que los ricachones se encierran en los resorts disfrutando de  masajes y jacuzzis, los adolescentes acuden a la isla balinesa con la botella de whisky debajo del brazo y beben hasta desfallecer. No cabía la menor duda de que estábamos en el sitio equivocado, así que al día siguiente alquilamos una moto y nos adentramos en las entrañas de la península de Bali. Allí, las vacas se pastan alegremente en libertad, las gallinas y sus polluelos se pasean con descaro por la carretera y la naturaleza más salvaje no entiende de cemento. Las carreteras se estrechan hasta convertirse en gravilla y la gravilla se multiplica hasta que te lleva a una de esas playas paradisiacas en las que te parece increíble estar tomando el sol. Dreamland o la playa de Jimbaran fueron el escenario de los dos primeros días. Disfrutamos de su arena blanca, de sus palmeras, de sus aguas cristalinas y de los esculturales cuerpos de los surfistas, que alegraban la vista aún más si cabía. Cuando cogimos un moreno Gisele Bündchen nos fuimos a Ubud en el centro de la isla. 



Allí las playas de ensueño dan paso a arrozales de verdes imposibles y templos hinduistas.  Una alternativa perfecta al turismo de playa y martini. En Bali el fervor con el que se vive el islamismo en Java, se convierte en pasión hinduita. Los templos están en activo y llenos de ofrendas de los feligreses que cada tarde reunen flores, galletas y plantas y realizan bellas esculturas. A la mañana siguiente, esas pequeñas ofrendas son depositadas a los pies de los dioses que se hallan en cada esquina de Bali. Altares, templos, flores e incienso se mezclan contruyendo un paisaje muy auténtico que se completa con los trajes tradicionales balineses. 
Con pena abandonamos el centro de la isla y cogimos el ferry para pasar el último día en Lembogan. La guía de viajes que seguíamos la describía como la Bali que todos esperan encontrar pero que ha desaparecido y tras una hora de camino desembarcamos en una isla de pescadores en la que aún no han llegado los cajeros. Aunque, verdaderamente las calles del pueblo estaban menos viciadas, las costas estaban llenas de barquitos que entorpecían el baño. Parece que los turistas han encontrado un nuevo destino a explotar. Aún así, las vistas al volcán Gunung Agung son inigualables. El broche final para 10 días repletos de experiencias increíbles, de risas, de confidencias y de momentos inolvidables

Saturday, June 18, 2011

Sun Moon Lake y Miaoli

Sin destino claro el domingo pasado me fui al centro de la isla con dos checas como compañeras de viaje, que si bien, el compartir habitación con ellas durante 4 meses nos ha convertido en buenas amigas, cuando les da por hablar en checo, ni concentrándome. Ahora sí, el repertorio de tacos lo tengo bien aprendido y estaba dispuesta a soltarles un depardela curva fix bien dicho si le daban a la lengua eslava más de la cuenta. 

Cogimos un tren en la estación de Taipei con dirección al conocido lago del Sol y la Luna. Es el lago más grande de Taiwán y una de los lugares más visitados. Las páginas promocionales prometían vistas de ensueño donde se puede disfrutar en vivo y en directo de los paisajes que representan las pinturas tradicionales chinas. Pues bien, Sun Moon Lake no decepciona al turista y se muestra en todo su esplendor presumiendo de una imperturbable tranquilidad, de colores tenues, de sus pacientes pescadores afincados en sus orillas y de sus templos. Cuando menos te lo esperas detrás de cualquier árbol, aparece una escalera rústica con verjas a ambos lados adornadas con farolillos que poco a poco van aumentando su presencia anunciando la llegada de la cima, del templo, del lugar sagrado. Y así, casi de la nada se te planta un templo con sus dos dragones gigantes, sus peregrinos, sus templos adyacentes y, para nuestra sorpresa, otro templo trasero en plena construcción, aún en color gris cemento. 
     Entramos en el templo principal para escapar de la riada de chinos que nos perseguían con sus cámaras y encontramos una escalera sin señalización. Y una vez más, entre que los carteles no abundan y que cuando hay no entendemos la mitad, el modo Indiana Jones se activó rápidamente y nos entraron unas ganas imparables de subir las tres plantas que comunicaba la escalera hasta llegar a la azotea.
Entonces, el Lago del Sol y la Luna brilló con más fuerza que nunca con sus tonos verdosos y azulados, con su abundante vegetación y con una espléndida vista de los tejados anaranjados de los templos. 
Sin embargo, el tiempo de contemplación se vio empañado por una tormenta de verano, de las fuertes, que llegó sin avisar y nos obligó a correr hacia la parada esperando coger el próximo autobús público que se retrasaba cada vez más. Menos mal que el conductor de un autobús que iba a recoger al grupo de turistas que llevaba de ruta se apiadó de las guiris empapadas y nos llevó a nuestro destino sin pedirnos ni un duro a cambio. 
Esta mañana nos hemos despertado temprano para disfrutar más horas de nuestro próximo destino: Miaoli y su Montaña de la Cabeza del León. La llegada ha sido complicada. Primero nos hemos equivocado de estación y cuando por fin hemos llegado, nos dicen que el siguiente autobús salía en una hora así que hemos optado por coger un taxi. 
Durante los 45 minutos de trayecto sólo se divisaban árboles. Ni una sola casa, ni un solo comercio. Parecía increíble que pudiésemos dar un paseo sin un un buen sable que allanase el camino. Y de repente, el taxista dio una curva y apareció un arco enorme color rojo con dragones y caracteres chinos donde se podía leer: ¨Montaña de la cabeza de león¨. A los pocos metros, un gigantesco templo parecía nacer del follaje. Nuestra emoción duró lo mismo que tardamos en descubrir que lo que creíamos un templo era en realidad la fachada de un edificio. Entonces vimos una cueva que estaba realizada del mismo material que utilizan para los decorados del pasaje del terror en los parques de atracciones. Aún no comprendo el  el motivo por el que la habían construido. Era bastante cutre y no disponía de ninguna señal que indicase su cometido. Nosotras, como tampoco teníamos nada mejor que hacer, seguimos andando con poca esperanza, mientras me preguntaba cómo habíamos podido perder toda la mañana y los 25 euros del taxi para ver eso. Y entonces, como salido de la nada, apareció el primer templo que se entremezclaba con la naturaleza más salvaje e impregnaba el ambiente con olor a incienso. Nos acercamos al altar, donde como siempre, se encontraba la imagen rodeada de regalos que los devotos habían dejado para ver cumplidas sus promesas. Sólo había 4 peregrinos. Una chica caminaba desde el altar al incensario con los ojos cerrados, con un ramillete de inciensos que sujetaba con ambas manos y se acercaba a la frente marcando el ritmo de sus rezos. Otro peregrino se hallaba de rodillas justamente enfrente del altar. Tenía unas piezas de madera en las manos que tiraba al suelo después de realizar cada pregunta. La cara que quedase al descubierto le indicaría cómo actuar, y el resto disfrutaba de las vistas en uno de esos kioscos chinos de llamativos colores.

Seguimos unos pequeños escalones de piedra construidos entre la fronda y apareció otro templo aún más grande. Otra escalera, otro templo, y otro y otro, hasta un total de 6 templos escondidos entre los árboles, los arbustos, las plantas, las enredaderas, las flores, las mariposas, las orugas, las ranas. La naturaleza se imponía con toda su fuerza creando una atmósfera mágica, casi espiritual. Los templos se fundían con el entorno y la tranquilidad reinaba transmitiéndonos esa magnífica sensación de equilibrio. 

Y así he llegado. Cansada pero con una inmensa sonrisa interna de paz y satisfacción.  Indiscutiblemente, viajar por Taiwán sienta bien.

Friday, May 6, 2011

Lección aprendida

   El fin de semana pasado fui a cenar con mi amiga Gina, su madre y su abuela. Me llevaron a un restaurante japonés con una barra/mesa de esas tan características de los sushi-express que se extiende alrededor del área de trabajo, a la altura de las mesas tradicionales, permitiendo colocar sillas y ver en vivo y en directo cómo los camareros/cocineros realizan y montan los platos. 
    Comenzamos con un té caliente que te ofrecen nada más llegar y con unos tallarines de arroz. Trajeron vegetales hervidos, un huevo en un cuenco que parecía estar recién cascado y sin cocinar y una sopa servida en una tetera/sopera de la que sólo salía caldo, conservando las gambas y los vegetales en su interior.

    El caldo se servía en unos minúsculos cuencos de cerámica tamaño chupito en el que la madre de Gina, muy amablemente, me vertió caldo nada más traerlo. Me bebí el caldo y probé los vegetales y unos pequeños peces con una salsa un tanto viscosa. La madre de Gina rellenó mi mini-cuenco.

    Llegó el momento más esperado: la bandeja de sushi. Me bebí el caldo y la madre de Gina volvió a dispensarme caldo. Probé los makizushi de verduras y salmón de un tamaño mayor al que estaba acostumbrada. Me bebí el caldo y la madre de Gina me volvió a servir. Pasamos a los temakizushi con zanahoria, apio y algas y comimos nigirizushi de tortilla y cangrejo. Me volví a beber el caldo y la madre de Gina cogió la tetera/sopera por quinta vez y se disponía a rellenar mi cuenco  cuando le sonreí y le dije muy amablemente que era suficiente. Vale que el caldo estaba buenísimo y que me recordaba al consomé que se bebemos en casa de mis abuelos el día de  Noche Buena, pero como cualquier chupito, 4 son más que suficientes. Ella no se lo tomó mal pero yo me quedé completamente desconcertada. No comprendía por qué esa mujer se había obsesionado con llenarme el cuenco. Estaba tan pendiente y era tan rápida que no me daba tiempo casi a reaccionar.  

     Ha tenido que pasar una semana para que, en clase de chino, el profesor diga que en Taiwán, independientemente de la capacidad que tenga en recipiente donde estés bebiendo el agua, el té o la sopa, siempre debes dejar un dedo de líquido. Sólo así, el que convida sabrá que estás saciado y que no quieres beber más. ¡Y yo que no quería dejar nada en el cuenco para que supiese que me gustaba! Tan simple y tan tonto. La madre de Gina sólo intentaba ser una buena anfitriona. Ahora sé que debo cambiar el hábito y dejar el dedito en el vaso si no quiero morir embuchada. 

Sunday, May 1, 2011

Experiencia inesperada

    Acabo de experimentar el primer terremoto de mi vida y estoy aterrorizada. 5,7 grados de magnitud. No han aparecido grietas en el techo ni se ha caído nada al suelo, pero he sentido cómo el edificio entero se balanceaba. Mi cama se movía sin control, el escritorio, la ropa del tendedero, las paredes. 
   Cuando ha parado el temblor, varias perchas que tenemos colgadas en la escalera por la que subimos a la litera, han seguido meciéndose durante un rato. Su mero balanceo me aterraba. Me hacía percibir el rastro del peligro. Su poder, mi indefensión.
   En definitiva, una atracción más de oriente, de las no recomendables, tras la que sólo me queda esperar tener la misma suerte la próxima vez.


Información sobre el terremoto:


Wednesday, April 27, 2011

Amor a la taiwanesa

   Mucho se habla de las artes amatorias orientales, de su misterio, de su sensualidad  y de su  prudencia. Los besos en la calle no existen. Las miradas son discretas y respetuosas. Y aunque aún no consigo interpretar el código de cortejo taiwanés, los mozuelos se aproximan de una manera tranquila y sosegada que a veces se agradece y otras te hace preguntarte si les corre sangre por las venas. 

  El sábado pasado asistí a la boda de la tía de mi amiga Gina. ¡Mi primera boda taiwanesa! Así que me coloqué un vestido monísimo comprado en Gongguan y me planté en la estación de Beitou, donde había estado con anterioridad disfrutando de las Hot Springs y donde Gina, su madre, su bisabuela de 95 años y su abuela al volante me esperaban.
  A la bisabuela de Gina le gustan los licores fuertes. Dice que un buen lingotazo diario es lo que la mantiene viva. Es increíble la vitalidad de esa mujer a la que la edad la ha hecho menguar sin restarle ni un ápice de energía. La abuela de Gina tiene 75 años y es vegetariana. Decidió dejar de comer carne cuando su marido murió. Muchos taiwaneses realizan esta ofrenda a los dioses a cambio de una buena vida para sus difuntos. No sé cómo andará el difunto, pero a ella la dieta le sienta de maravilla y parece que tiene quince años menos. La madre de Gina está separada y completa la cuarta pieza de estas cuatro generaciones de mujeres luchadoras que comparten domicilio, vivencias y muy pocas ganas de aguantar a los hombres.
  
El resto de la familia nos esperaba en el hotel. A la llegada debías firmar en un libro para desearle buena suerte a los novios, así que  practiqué la caligrafía de mi nombre en chino: 莉亞 (Lìyà).  Seguimos caminando por el pasillo que llevaba al salón comedor. A cada paso el número de globos con forma de corazón iba aumentando hasta llegar a una salita a modo de ¨hall¨ que contenía numerosas fotos sobre los novios, pétalos, velas y dos altares con más fotos de los novios posando como modelos profesionales. ¿Ya estaban las fotos impresas? ¿Por qué podías ver los trajes de los novios antes de que llegasen?
 Entramos en el salón-comedor, nos sentamos y comenzó a sonar la Marcha Nupcial. Las puertas se abrieron y los novios aparecieron con trajes diferentes a los de las fotos. Una mujer, que era la versión taiwanesa de Mayra Gómez Kemp, cogió un micrófono y comenzó a hablar. La pareja caminó sonriente, cogida de la mano, hasta que llegó al escenario. La mujer siguió hablando y ellos, se colocaron frente a frente y, sin mediar palabra, se intercambiaron los anillos. Así, tal cual. Sin preliminares, ni chicha, ni ¨sí, quiero¨.  La gente comenzó a aplaudir y ellos se sentaron en la mesa presidencial junto a sus padres y suegros durante cinco minutos antes de levantarse otra vez e irse por la misma puerta por la que habían entrado 10 minutos antes. 


La comida era exquisita: cangrejos rellenos, ensalada de langosta, pescado, sopa, verduras y ensalada de algas. Las puertas se abrieron de nuevo. Los novíos lucían trajes diferentes y volvieron al escenario. Entonces, vimos un vídeo con la historia de amor de la pareja y Mayra-li realizó algunas preguntas y obsequió con regalos a los acertantes. Después, llamó a varias jóvenes casaderas al escenario. La novia sujetaba el ramo del que salían 5 lazos. Cada chica cogió el extremo de uno de los lazos y tiró fuertemente hasta que sólo quedó una chica con lazo. Ahora era el turno de los chicos, y para mi sorpresa, en Taiwán es el novio es el que tira el ramo. Así que en cuanto los chicos llegaron al escenario, el novió se dió la vuelta y lo lanzó.
   Tras conocer a los próximos en pasar por la vicaría, la pareja volvió a marcharse. Yo continué comiendo hasta que me deslumbró el primer ¨flashazo¨. El fotógrafo había descubierto a la única occidental de la boda y estaba dispuesto a inmortalizarme desde todos los ángulos posibles. Además, incomprensiblemente, los suegros y una gran parte de los asistentes se habían aprendido mi nombre. Y me llamaban: ¨ Líyá, picture, picture¨. Creo que no me habían hecho tantas fotos desde la comunión. Afortunadamente, la pareja apareció otra vez con un nuevo modelo. Último paseo y ronda de aplausos. Justamente tras terminar el postre. 
  Era el último acto de una representación milimetricamente calculada donde los novios salen a escena con sus mejores galas, desfilan, asienten y vuelven a cambiarse, sin tener tiempo ni siquiera para disfrutar de la cena.

   Es comprensible, entonces, que Gina me contara que la boda real se realiza otro día, entre ellos dos, a solas. Esta cena es un mero trámite cara a la galería. Con muchos globos con forma de corazón, muchos brillantes y muchos volantes pero sin un ¨¡qué se besen!¨, un bailecito pegado o un intercambio de miradas de esos que tanto nos gusta ver en nuestras bodas. Un acto tan rígido, cuadriculado y carente de expresividad que parece frío aunque los novios estén completamente enamorados. Es el más claro ejemplo de ese ¨amor sin amor aparente¨ al que los taiwaneses están tan acostumbrados.