Wednesday, April 27, 2011

Amor a la taiwanesa

   Mucho se habla de las artes amatorias orientales, de su misterio, de su sensualidad  y de su  prudencia. Los besos en la calle no existen. Las miradas son discretas y respetuosas. Y aunque aún no consigo interpretar el código de cortejo taiwanés, los mozuelos se aproximan de una manera tranquila y sosegada que a veces se agradece y otras te hace preguntarte si les corre sangre por las venas. 

  El sábado pasado asistí a la boda de la tía de mi amiga Gina. ¡Mi primera boda taiwanesa! Así que me coloqué un vestido monísimo comprado en Gongguan y me planté en la estación de Beitou, donde había estado con anterioridad disfrutando de las Hot Springs y donde Gina, su madre, su bisabuela de 95 años y su abuela al volante me esperaban.
  A la bisabuela de Gina le gustan los licores fuertes. Dice que un buen lingotazo diario es lo que la mantiene viva. Es increíble la vitalidad de esa mujer a la que la edad la ha hecho menguar sin restarle ni un ápice de energía. La abuela de Gina tiene 75 años y es vegetariana. Decidió dejar de comer carne cuando su marido murió. Muchos taiwaneses realizan esta ofrenda a los dioses a cambio de una buena vida para sus difuntos. No sé cómo andará el difunto, pero a ella la dieta le sienta de maravilla y parece que tiene quince años menos. La madre de Gina está separada y completa la cuarta pieza de estas cuatro generaciones de mujeres luchadoras que comparten domicilio, vivencias y muy pocas ganas de aguantar a los hombres.
  
El resto de la familia nos esperaba en el hotel. A la llegada debías firmar en un libro para desearle buena suerte a los novios, así que  practiqué la caligrafía de mi nombre en chino: 莉亞 (Lìyà).  Seguimos caminando por el pasillo que llevaba al salón comedor. A cada paso el número de globos con forma de corazón iba aumentando hasta llegar a una salita a modo de ¨hall¨ que contenía numerosas fotos sobre los novios, pétalos, velas y dos altares con más fotos de los novios posando como modelos profesionales. ¿Ya estaban las fotos impresas? ¿Por qué podías ver los trajes de los novios antes de que llegasen?
 Entramos en el salón-comedor, nos sentamos y comenzó a sonar la Marcha Nupcial. Las puertas se abrieron y los novios aparecieron con trajes diferentes a los de las fotos. Una mujer, que era la versión taiwanesa de Mayra Gómez Kemp, cogió un micrófono y comenzó a hablar. La pareja caminó sonriente, cogida de la mano, hasta que llegó al escenario. La mujer siguió hablando y ellos, se colocaron frente a frente y, sin mediar palabra, se intercambiaron los anillos. Así, tal cual. Sin preliminares, ni chicha, ni ¨sí, quiero¨.  La gente comenzó a aplaudir y ellos se sentaron en la mesa presidencial junto a sus padres y suegros durante cinco minutos antes de levantarse otra vez e irse por la misma puerta por la que habían entrado 10 minutos antes. 


La comida era exquisita: cangrejos rellenos, ensalada de langosta, pescado, sopa, verduras y ensalada de algas. Las puertas se abrieron de nuevo. Los novíos lucían trajes diferentes y volvieron al escenario. Entonces, vimos un vídeo con la historia de amor de la pareja y Mayra-li realizó algunas preguntas y obsequió con regalos a los acertantes. Después, llamó a varias jóvenes casaderas al escenario. La novia sujetaba el ramo del que salían 5 lazos. Cada chica cogió el extremo de uno de los lazos y tiró fuertemente hasta que sólo quedó una chica con lazo. Ahora era el turno de los chicos, y para mi sorpresa, en Taiwán es el novio es el que tira el ramo. Así que en cuanto los chicos llegaron al escenario, el novió se dió la vuelta y lo lanzó.
   Tras conocer a los próximos en pasar por la vicaría, la pareja volvió a marcharse. Yo continué comiendo hasta que me deslumbró el primer ¨flashazo¨. El fotógrafo había descubierto a la única occidental de la boda y estaba dispuesto a inmortalizarme desde todos los ángulos posibles. Además, incomprensiblemente, los suegros y una gran parte de los asistentes se habían aprendido mi nombre. Y me llamaban: ¨ Líyá, picture, picture¨. Creo que no me habían hecho tantas fotos desde la comunión. Afortunadamente, la pareja apareció otra vez con un nuevo modelo. Último paseo y ronda de aplausos. Justamente tras terminar el postre. 
  Era el último acto de una representación milimetricamente calculada donde los novios salen a escena con sus mejores galas, desfilan, asienten y vuelven a cambiarse, sin tener tiempo ni siquiera para disfrutar de la cena.

   Es comprensible, entonces, que Gina me contara que la boda real se realiza otro día, entre ellos dos, a solas. Esta cena es un mero trámite cara a la galería. Con muchos globos con forma de corazón, muchos brillantes y muchos volantes pero sin un ¨¡qué se besen!¨, un bailecito pegado o un intercambio de miradas de esos que tanto nos gusta ver en nuestras bodas. Un acto tan rígido, cuadriculado y carente de expresividad que parece frío aunque los novios estén completamente enamorados. Es el más claro ejemplo de ese ¨amor sin amor aparente¨ al que los taiwaneses están tan acostumbrados. 

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