El fin de semana pasado fui a cenar con mi amiga Gina, su madre y su abuela. Me llevaron a un restaurante japonés con una barra/mesa de esas tan características de los sushi-express que se extiende alrededor del área de trabajo, a la altura de las mesas tradicionales, permitiendo colocar sillas y ver en vivo y en directo cómo los camareros/cocineros realizan y montan los platos.
Comenzamos con un té caliente que te ofrecen nada más llegar y con unos tallarines de arroz. Trajeron vegetales hervidos, un huevo en un cuenco que parecía estar recién cascado y sin cocinar y una sopa servida en una tetera/sopera de la que sólo salía caldo, conservando las gambas y los vegetales en su interior.
El caldo se servía en unos minúsculos cuencos de cerámica tamaño chupito en el que la madre de Gina, muy amablemente, me vertió caldo nada más traerlo. Me bebí el caldo y probé los vegetales y unos pequeños peces con una salsa un tanto viscosa. La madre de Gina rellenó mi mini-cuenco.
Llegó el momento más esperado: la bandeja de sushi. Me bebí el caldo y la madre de Gina volvió a dispensarme caldo. Probé los makizushi de verduras y salmón de un tamaño mayor al que estaba acostumbrada. Me bebí el caldo y la madre de Gina me volvió a servir. Pasamos a los temakizushi con zanahoria, apio y algas y comimos nigirizushi de tortilla y cangrejo. Me volví a beber el caldo y la madre de Gina cogió la tetera/sopera por quinta vez y se disponía a rellenar mi cuenco cuando le sonreí y le dije muy amablemente que era suficiente. Vale que el caldo estaba buenísimo y que me recordaba al consomé que se bebemos en casa de mis abuelos el día de Noche Buena, pero como cualquier chupito, 4 son más que suficientes. Ella no se lo tomó mal pero yo me quedé completamente desconcertada. No comprendía por qué esa mujer se había obsesionado con llenarme el cuenco. Estaba tan pendiente y era tan rápida que no me daba tiempo casi a reaccionar.
Ha tenido que pasar una semana para que, en clase de chino, el profesor diga que en Taiwán, independientemente de la capacidad que tenga en recipiente donde estés bebiendo el agua, el té o la sopa, siempre debes dejar un dedo de líquido. Sólo así, el que convida sabrá que estás saciado y que no quieres beber más. ¡Y yo que no quería dejar nada en el cuenco para que supiese que me gustaba! Tan simple y tan tonto. La madre de Gina sólo intentaba ser una buena anfitriona. Ahora sé que debo cambiar el hábito y dejar el dedito en el vaso si no quiero morir embuchada.