El día 23 de junio llegué a Yakarta después de haber dejado la residencia en la que he estado viviendo durante los 5 últimos meses. Un cuarto donde compartía habitación con dos checas, una indonesia y una taiwanesa.
La taiwanesa se llama Vera y tiene treinta y tantos. Es extremadamente reservada y jamás nos ha contado nada de su vida privada por lo que la mayoría de cosas que sabemos de ella, las hemos intuido por las fotos de la habitación. Adela es una de esas chicas imponentes del este que nos titubean a la hora de ponerse una mini-falda y un buen escote. Su mirada es fría y algo distante pero en cuanto la conoces su lealtad, su compromiso y su sentido de la libertad destruyen esta imagen de femme fatale de hielo y te muestra una chica sincera y buena amiga de sus amigos. Šárka también es de República Checa. Tiene unos grandes ojos azules y una sonrisa inocente y limpia que refleja perfectamente su personalidad. Han sido mis dos compañeras principales de viaje durante los 5 primeros meses y las echo de menos. Rhein, la chica de Indonesia es musulmana y reza 5 veces al día. Al contrario de lo que podía pensar al principio, nunca nos ha dedicado una mueca extraña por no comportarnos como ella, se ha reído con nuestras historias y nos ha piropeado cuando hemos salido de fiesta poco recatadas. En alguna ocasión, la hemos pillado rezando al llegar de marcha, pero no ha sido un problema. El respeto mutuo ha prevalecido los cinco meses de convivencia, y, pese a haber carecido de todo atisbo de privacidad, el balance ha sido positivo y la experiencia se ha convertido en recuerdos un tanto surrealistas pero muy divertidos.
Con esta etapa casi terminada, el viaje a Indonesia se presentaba como el perfecto punto de inflexión entre el Taipei que había conocido hasta ese momento y mi nueva etapa: nueva residencia, nueva universidad y comienzo del curso intensivo de chino.
Tras 11 horas de viaje, llegué al aeropuerto de Yakarta emanando inocencia. En Taiwán la gente es tan noble y honesta que el nivel de desconfianza se reduce a 0 y acatas civilizadamente todos los precios y recomendaciones de los conciudadanos. Su actitud te pone de buen humor porque en ningún momento te sientes extranjera. Es un modo flowerpower bastante agradable que hace que el encargado de vender los visados en el aeropuerto de Yakarta, te time tranquilamente 30€ y además se lleve una sonrisa. ¡Sí señor! Ni corto ni perezoso, duplicó el precio del visado y yo no me di cuenta hasta que ya era demasiado tarde.
Con la mosca detrás de la oreja salí a la búsqueda de David (Dei para los amigos) que me esperaba en el aeropuerto con un cartel tamaño A3 dirigido a ¨su ilustrísima señora marquesa de Villapesadilla¨ Dos años sin verle y seguíamos con el cachondeito pero, ¡qué guapo estaba! Después de la Sorbona y de realizar prácticas en Estambul, ahora el nene estaba de prácticas en Yakarta. Hombre de provecho donde los haya, si no fuera porque encuentra más apetecibles los plátanos de canarias a las guayabas colombianas podría resultar un buen marido.
El dolor, el cansancio, el miedo y la desesperación hizo que la mala leche hirviera en mi interior y se reflejase exteriormente con contestaciones un tanto bruscas para todo el que osó a comunicarse conmigo en esa interminable hora y media de periplo por la carretera. Mala leche que sólo se calmó con un delicioso baño que nos pegamos en la piscina del hostal. ¡Qué gustito madre mía! ¡Qué bien sienta el agua después de tanto fuego!
Cada 10 minutos el volcán escupía ceniza. Entonces todo se nublaba y la ceniza caía del cielo como si fuera nieve ensuciando nuestra ropa y dificultando nuestra respiración. Los pies se hundían en la ceniza y un intenso olor a azufre salía del volcán tan potentemente que salías con regustillo a metal. Tuve que parar varias veces y sentarme en la ceniza para llegar a la cima. Mis pantalones se tiñeron de gris. Y al fin, llegamos al cráter. El cansancio me hizo desplomarme en el suelo y no poder moverme durante unos minutos. El corazón me latía con fuerza y las piernas me temblaban, entonces, me giré y vi el interior del cráter. El volcán parecía estar hueco y unos 20 metros más abajo, un agujero humeante se abría en mitad de la tierra con fuerza. Era impresionante. Estamos tan acostumbrados a las ciudades de cemento y luces fluorescentes que se nos olvida que vivimos en un planeta llamado ¨Tierra¨ con placas, manto, y un núcleo incandescente que no se anda con tonterías.
El tour duró sólo 4 horas pero creo que ha sido la experiencia más impresionante que he tenido en mi vida. Volvimos al hostal cansados. El mini-bús nos recogió a las 9:30 de la mañana como habíamos acordado y nos llevó a la agencia de viajes. Una sala abierta al público al ras de la carretera, con las paredes verde pastel desconchadas, con un cuarto de baño maloliente y con 2 indonesios que no sabían ni dónde tenían la cara. Se suponía que el autobús nos recogería nada más llegar y emprenderíamos el recorrido a Bali. Pues bien, estos magníficos indonesios nos estuvieron toreando hasta la una y media de la tarde con la táctica de los 20 minutos. Además, ese autobús ofertado con aire acondicionado resultó ser un autobús con el suelo lleno de basura y sin maletero por lo que el macuto de los viajeros se amontonaba en los pasillos, encima de las cáscaras de pipas, las bolsas de plástico y los cigarros. Sí, la gente fumaba en el autobús y no entendía de basura.
El autobús paró en cada una de las paradas desde Bromo a Bali y en cada una de ellas entraba más gente por lo que el espacio vital se fue reduciendo hasta que acabé con una indonesia durmiendo en mi hombro. Además, en cada parada, un grupo formado por un cantante con guitarra y otro con pandereta, triángulo o equivalente se empeñaban en amenizarte el viaje sin importarles en absoluto si cataban como gatos, si estabas durmiendo o si llevabas 7 horas de viaje sorportando cada 20 minutos uno de estos cantantes sin vergüenza. Fue duro. Y más porque al llegar a Bali a las 5 de la mañana nos recibió una lluvia torrencial de esas que te empapan y los taxistas nos ofrecían llevarnos a la ciudad por un precio que se correspondía a cuatro veces la tarifa normal. Un desastre. La sensación fue rara. Sobre todo porque acabábamos de llegar al supuesto paraíso.
Tras varios intentos frustrados encontramos habitación en un hotel completamente artificial en Kuta donde los Mc Donalds y KFC abundan y la música pachanguera y los go-gós hacen las delicias de los turistas borrachos y descamisados. Kuta es completamente la antítesis de lo que estábamos buscando. El antiparaíso. El ejemplo más claro de cómo el turismo puede arruinar cualquier lugar por bello que sea. Mientras que los ricachones se encierran en los resorts disfrutando de masajes y jacuzzis, los adolescentes acuden a la isla balinesa con la botella de whisky debajo del brazo y beben hasta desfallecer. No cabía la menor duda de que estábamos en el sitio equivocado, así que al día siguiente alquilamos una moto y nos adentramos en las entrañas de la península de Bali. Allí, las vacas se pastan alegremente en libertad, las gallinas y sus polluelos se pasean con descaro por la carretera y la naturaleza más salvaje no entiende de cemento. Las carreteras se estrechan hasta convertirse en gravilla y la gravilla se multiplica hasta que te lleva a una de esas playas paradisiacas en las que te parece increíble estar tomando el sol. Dreamland o la playa de Jimbaran fueron el escenario de los dos primeros días. Disfrutamos de su arena blanca, de sus palmeras, de sus aguas cristalinas y de los esculturales cuerpos de los surfistas, que alegraban la vista aún más si cabía. Cuando cogimos un moreno Gisele Bündchen nos fuimos a Ubud en el centro de la isla.
Tras varios intentos frustrados encontramos habitación en un hotel completamente artificial en Kuta donde los Mc Donalds y KFC abundan y la música pachanguera y los go-gós hacen las delicias de los turistas borrachos y descamisados. Kuta es completamente la antítesis de lo que estábamos buscando. El antiparaíso. El ejemplo más claro de cómo el turismo puede arruinar cualquier lugar por bello que sea. Mientras que los ricachones se encierran en los resorts disfrutando de masajes y jacuzzis, los adolescentes acuden a la isla balinesa con la botella de whisky debajo del brazo y beben hasta desfallecer. No cabía la menor duda de que estábamos en el sitio equivocado, así que al día siguiente alquilamos una moto y nos adentramos en las entrañas de la península de Bali. Allí, las vacas se pastan alegremente en libertad, las gallinas y sus polluelos se pasean con descaro por la carretera y la naturaleza más salvaje no entiende de cemento. Las carreteras se estrechan hasta convertirse en gravilla y la gravilla se multiplica hasta que te lleva a una de esas playas paradisiacas en las que te parece increíble estar tomando el sol. Dreamland o la playa de Jimbaran fueron el escenario de los dos primeros días. Disfrutamos de su arena blanca, de sus palmeras, de sus aguas cristalinas y de los esculturales cuerpos de los surfistas, que alegraban la vista aún más si cabía. Cuando cogimos un moreno Gisele Bündchen nos fuimos a Ubud en el centro de la isla.
Allí las playas de ensueño dan paso a arrozales de verdes imposibles y templos hinduistas. Una alternativa perfecta al turismo de playa y martini. En Bali el fervor con el que se vive el islamismo en Java, se convierte en pasión hinduita. Los templos están en activo y llenos de ofrendas de los feligreses que cada tarde reunen flores, galletas y plantas y realizan bellas esculturas. A la mañana siguiente, esas pequeñas ofrendas son depositadas a los pies de los dioses que se hallan en cada esquina de Bali. Altares, templos, flores e incienso se mezclan contruyendo un paisaje muy auténtico que se completa con los trajes tradicionales balineses.
Con pena abandonamos el centro de la isla y cogimos el ferry para pasar el último día en Lembogan. La guía de viajes que seguíamos la describía como la Bali que todos esperan encontrar pero que ha desaparecido y tras una hora de camino desembarcamos en una isla de pescadores en la que aún no han llegado los cajeros. Aunque, verdaderamente las calles del pueblo estaban menos viciadas, las costas estaban llenas de barquitos que entorpecían el baño. Parece que los turistas han encontrado un nuevo destino a explotar. Aún así, las vistas al volcán Gunung Agung son inigualables. El broche final para 10 días repletos de experiencias increíbles, de risas, de confidencias y de momentos inolvidables.
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